Desde hace cinco años la prima de riesgo y las agencias privadas de calificación, que responden a intereses tan obvios como miserables, pretenden, y en muchas ocasiones lo consiguen, que vivamos en constante zozobra, amenazados por una especie de fantasma que algunos se empeñan en llamar “mercados” pero que en realidad tiene otros nombres: Especulación, usura, estafa, timo y cuantos similares apetezcan ustedes poner.
Se miente, se ha mentido y se mentirá con tal cantidad de informaciones, rumores, datos y cifras engañosas e inexistentes que es muy difícil que nadie a estas alturas tenga una idea clara o aproximada de lo que está ocurriendo, del juego que se llevan entre los tres polos que hoy se disputan el mundo: China, como emergente ya emergido y mayor poseedor de divisas del planeta, EE.UU., como potencia en decadencia que no se resigna porque tiene la máquina de hacer billetes y la de hacer guerras, y Berlín, como capital del nuevo imperio germánico integrado por países empobrecidos y sometidos a una dictadura financiero-especulativa de dimensiones desconocidas hasta hoy y que tendrá a su disposición en breve un inmenso ejército de parados de todas la cualificaciones. Comparada con Helmut Kolh que, con todos sus defectos, creía en una Alemania europea, Ángela Merkel es prima hermana ideológica del Kaiser Guillermo II bañada en ensencia de Eau Milton Friedman, algo así como una mezcla entre Carmen Lomana y Margaret Tacher con una miopía de caballo y un trabuco en la mano.
En la pequeña cabeza cuadriculada y paleta de Ángela Merkel –que interrumpe una reunión de eso que llaman eurogrupo para irse a ver un partido de fútbol, y los demás se lo consienten, y consentimos– sólo hay un objetivo: Lograr, por otros medios, lo que ninguno de sus antecesores consiguieron en el siglo XX, que de la ruina de la mayoría de los países de Europa, sobre todo los mediterráneos, surja la Gran Alemania. Para ello necesita al euro porque es esa moneda escuchimizada y sobrevalorada la que le permite sacar rentas enormes que no provienen de su productividad sino de la especulación que empobrece a otros. El sistema financiero alemán está tan mal como el español, por una sencilla razón, porque prestó para especular a otros países, entre otros Grecia, Italia o España. Al cobro imposible de esas cantidades de dinero astronómicas por parte de los bancos alemanes y franceses se dirigen todas las medidas y recortes impuestos por Merkel sobre los derechos de los ciudadanos europeos y contra el interés general de una Europa verdaderamente unida.
.