Es una figura poco conocida para los que no están demasiado familiarizados con el medio rural. Pero quizás les suene más si supieran que es el equivalente al vigilante de seguridad que merodea el interior de un centro comercial o una estación de tren en un núcleo urbano. Ambos están regulados por el Ministerio del Interior y tienen autorización para portar armas de fuego y realizar incluso, en caso de que fuese necesario, una detención.
Sin embargo, en la práctica las condiciones en las que estos guardas tienen que desempeñar su trabajo a diario no son tan idílicas. Hacer frente a los cazadores furtivos que se adentran en los cotos sin ningún pudor y a los grupos de ladrones que de forma tan organizada actúan en las fincas rurales para apropiarse de todo lo que se encuentran a su paso les ha dado un susto a más de uno.
Insultos, amenazas de muerte e incluso agresiones son demasiado habituales últimamente entre los que se dedican a esta profesión. Con el aumento de los robos que se están produciendo en el campo en los últimos años, dicen estar vendidos. A Francisco Delgado, un guarda particular de campo que a sus 58 años lleva 40 en la profesión, su trabajo estuvo a punto de costarle la vida. Fue hace unos años cuando un grupo de rumanos que entró a robar aceitunas en la finca que vigilaba fueron sorprendidos in fraganti por este guarda que sin dudarlo decidió perseguirlos con su coche cuando trataban de huir en un vehículo sin darse cuenta de que otros compinches lo seguían a él. "De repente me embistieron por detrás y me estrellé contra un árbol. Me dejaron inconsciente con una fractura de cráneo hasta que alguien me encontró y sobreviví de milagro", contó con la resignación de ser consciente del peligro que corre pero con la seguridad de saber que no dejará un trabajo del que vive desde que tenía apenas 18 años.